Hoy, a mediodía, miraba e, increíblemente, escuchaba la televisión. Era el noticiario de las tres de la tarde en Telecinco. La noticia tenía como cabecera el encuentro de Rajoy, Esperanza Aguirre y Gallardón. Miradas frías pero corteses. Asientos separados y un pasillo frío a la izquierda de Ruiz Gallardón, apartado de la élite, cabizbajo pero todavía con el brillo en los ojos del recibimiento caluroso de las bases de su partido que asistieron al acto.
Pero esta reflexión no va de los asuntos internos del Partido Popular, ni mucho menos. ¡Allá ellos! Lo que me incitó a escribir fue el anuncio del líder actual de la oposición: “En la próxima legislatura –si gana, claro-,yo estableceré por Ley la garantía de la enseñanza del Castellano en toda España y en todas las Comunidades Autónomas”. Ya la forma de expresarse dice mucho al respecto de cómo se toman las cosas estos políticos, porque:
1º.- Èl no puede establecer por Ley nada. Nada de nada. Ni aunque ganase. Porque la Ley ha de ser aprobada por Las Cortes Generales, él sólo puede comprometerse con “sus” electores en PROPONER.
2º.- “... en toda España y en todas las Comunidades Autónomas”, dice. Es redundar exclusivamente por pura demagogia para despertar el aplauso fácil. Al decir España, y más él que se vanagloria de llevar como bandera la Unión Patriótica, ya está dicho todo lo demás.
De todas formas no voy a plantear siquiera si estoy o no de acuerdo con él. Eso tampoco me interesa, porque espero, por motivos personales, que no gane. Lo que sí me interesa y sobremanera es el hecho de que la enseñanza se haya convertido en los últimos años en ariete sobre el que todos los candidatos tienen algo que decir y cambiar. Eso me parece horroroso.
Yo estudié primaria. Luego, a los nueve años entré en el Instituto Colmuela, en Cádiz, donde hice mi bachillerato. Primero, segundo, tercero y cuarto. Luego, podíamos elegir entre Ciencias y Letras. Yo escogí Ciencias, aunque no descolgué jamás mi hábito de monje lector y curioso por las humanidades, tanto, que mucho más tarde, después de licenciarme en Empresariales lo hice en Historia General. Después se hacía quinto y sexto. Luego una reválida de sexto para ver si el alumno había llegado a enterarse de lo que se le había enseñado. Y después, aquellos que querían ir a la Universidad estudiaban COU (Curso de Orientación Universitaria), que aún teniendo poco de lo que su nombre indicaba, nos obligaba a tener un año más de crecimiento físico y mental para decidir cual debería ser nuestro futuro profesional. Con sexto terminado ya obtenías el título de Bachiller Superior.
Por entonces la disciplina en los Institutos era férrea. El profesor podía echarte del aula e ir a hablar con el Director por cualquier improperio o mala conducta. Temíamos que nuestros padres se enterasen de que faltábamos a clase o de que no éramos del todo, en comportamiento, buenos alumnos. Eran otros tiempos, a los que no hay que volver, por supuesto. Sin embargo, cierta disciplina es necesaria, y por lo que veo y escucho –tengo dos hermanos maestros- uno de los grandes problemas de la enseñanza actual es la falta de ella. Pero tampoco quiero ahondar en este tema, lo dejaré para otro día.
A lo que iba... Ese sistema educativo se mantuvo el suficiente tiempo como para que generaciones de alumnos no conociesen otro. Incluso cuando llegué a la Universidad me encontré con el mismo método de estudio de bastantes años. Yo, por tanto realicé el Bachillerato. Luego vino el BUP, que lo hizo mi hermana, sólo dos años menor que yo. Y ese sistema se mantuvo hasta mi hermano, once años menor que mi hermana.
No se exactamente en que lugar de los últimos años –diez o quince años atrás-, cuando comenzó esta vorágine de cambios en la enseñanza. Lo primero que se cambió fue la Universidad. Se hizo la Ley de Autonomía Universitaria. Todas las capitales de provincia querían tener su propia Universidad, y así, en Andalucía que es lo que más he conocido, nació la Universidad de Cádiz, la de Huelva, la de Jaen, la de Granada, la de Almeria, la de Málaga, la de Córdoba, como entes independientes unas de otras. Cada una con su Rector y sus Vicerrectores, con su Consejo Social y sus Juntas de Gobierno.
Las carreras que duraban cinco años, pasaron casi todas a durar cuatro, y quedaron algunas que ya antes duraban tres como algo extraño en medio de todos aquellos cambios. Ingienería Técnica, Arquitectura Técnica –aparejadores-, o la Diplomatura en Empresariales –que creo ha desaparecido como algo cotidiano-. Con el cambio comenzaron conceptos como asignaturas troncales, obligatorias.. Créditos.... Ahora los alumnos podían elegir entre un sinfín de materias optativas. Y lo peor, tenían que tener en cuenta los créditos de cada asignatura, porque para licenciarse no basta aprobar las materias sino que entre ellas sumen los suficientes créditos para alcanzar la finalización de los estudios. En fin, los legisladores se estrujaron la cabeza, y mucho. La cuestión es que la base de la educación universitaria cambió para siempre.
Yo no se si tengo razón o no. Lo que si creo que el universitario debe de ser alguien al que le guste estudiar por sí mismo, y analizar, y que ese gusto le dure toda la vida para, incluso una vez terminados los estudios, siga curtiéndose en los mismos por su propia cuenta. No creo que la Universidad esté para que el alumno lo sepa todo cuando salga de ella. Y ese ha de ser, bajo mi punto de visa, el concepto filosófico de la enseñanza superior. Ahora se pretende formar del todo. Y eso es imposible. Ahora terminan la licenciatura, y luego hacen cientos de Másters en España o en el Extranjero, y cursos de verano, y se convierten en alumnos perpetuos que sólo aprenden a escuchar a otros. No piensan por sí mismos. Y sólo les interesan tener más y más diplomas, porque con ellos pueden aspirar a puestos de trabajos mejores. ¿Y luego?
Lo importante de estudiar es aprender aquello que por uno mismo puede resultar engorroso y pérdida de tiempo, por cuanto antes otros ya han llegado a esas conclusiones, a esos descubrimientos o a esos razonamientos. La Universidad ha de ser el lugar donde el individuo aprende a analizar aquello que le interesa desde el punto de vista profesional o personal. Es, en definitiva, el lugar donde uno aprende a dudar de todo y la curiosidad gana terreno en nuestro espíritu para convertirnos en individuos independientes. Teniendo claro en cualquier momento que no es necesario ser universitario para triunfar profesionalmente o individualmente. El triunfo es algo subjetivo lejos de cualquier estereotipo que quieran imponernos desde fuera.
Luego, la enseñanza primaria y secundaria, que es la más importante de todas. Es donde el niño se forma. Y si la universitaria se ha convertido en un galimatías de alumnos y profesores, la primaria y secundaria se ha convertido en el juguete de los políticos para intentar crear individuos a su imagen y semejanza como si de dioses se tratase. Comencemos con el profesorado. Realizan la carrera más fácil de terminar en tiempo y en dificultad de todo el elenco de titulaciones universitarias. Tanto es así, que aquellos estudiantes con cierta dificultad de aprendizaje, bien genético o bien holgazán, terminan estudiando Magisterio. Algo increíble, porque serán los que formen a nuestro futuro. Pero eso también se merece otra reflexión aparte.
Porque de lo que se trata esta vez es de nuestros políticos. Una legislatura dura cuatro años, y cada vez que se celebran elecciones una de las bazas de los programas electorales es el cambio en la enseñanza. Así hemos visto como en los últimos años se han cargado del plan de estudio materias tan importantes para el pensamiento del individuo como la filosofía o el latín. Cómo el tema de la asignatura de religión ha ido y ha venido dependiendo del gobierno de turno. Ahora que si será voluntaria, ahora que depende del colegio, ahora que si creamos una asignatura de la Ciudadanía. Pero aún podemos ir más lejos, porque como las competencias de la enseñanza han ido a parar a las Comunidades Autónomas, y estás también han de legislar, sobre todo para justificar tantísimo gasto en cámaras legislativas, pues tendremos que la Historia es diferente la que se estudia en Andalucía a la que se estudia en Cataluña, que la literatura también, que también, por supuesto, la asignatura de Sociales. Y quien sabe si en algún colegio de este tremendo mapa llamado España, se salten la evolución porque el director piensa que él, precisamente él, no viene del mono sino de una iluminación divina que tuvo su madre al nacer.
¡Por Dios! Nunca peor dicho. Dejemos que un plan, sea el que sea, incluso el peor posible, de el resultado que tenga que dar. Dejemos correr el tiempo para que los alumnos empiecen y terminen ellos y sus hermanos un mismo plan. Sino, lo único que hacemos es crear padres desconcertados y alumnos torpes, como los que tenemos, e incultos. Y si a eso, además, le añadimos la falta de disciplina, el desconcierto de los propios profesores que no saben realmente qué tienen que enseñar, lo que estamos creando sin lugar a dudas es una malísima educación.
Claro, que tal vez es lo que quieran nuestros políticos. Universitarios siempre ocupados con cursos y más cursos prolongando la edad de comenzar a trabajar, ocupando la casa de sus padres hasta bien pasados los treinta, pero al menos sin ser contabilizados como parados, que ya es algo. O niños con poca escuela y mucho entretenimiento extraescolar para permitir que los padres descansen al máximo de ellos y así no se den cuenta de que cada vez realmente saben menos.
Deberíamos mirar en nosotros, los adultos de ahora, los que tenemos entre cuarenta y cincuenta años. Nos hemos educado en un ambiente terrible en lo social, sin libertad alguna; sin embargo, aún así, en la educación que nos daban, tal vez por una mala gestión y despista del régimen, lo cual nos vino bien, aprendimos lo necesario y suficiente para convertimos en lo que somos, que por lo visto, no ha estado nada mal.
Tenemos que enseñar a aprender, sólo eso, que no es poco. Todo lo demás son añadidos inútiles y demagogia política.
Por cierto, ahora me viene a la mente una reflexión que poco o mucho tiene que ver con lo anterior. A ver... Imaginemos un país democrático. Imaginemos que han pasado los suficientes años para que sus políticos hayan legislado todo lo posible por legislar. Imaginemos que el país funciona. Imaginemos que ya no hay para que la cámara de representantes tenga trabajo suficiente porque ya le queda poco o nada por hacer... Bueno, creo que es mucho imaginar. Tal vez, por eso, porque tienen demasiado tiempo libre, que piensan y piensan en como rehacer las cosas una y otra vez para justificar su puesto. En los países modernos debería existir algo que ya tenían los griegos y era el destierro forzoso de aquellos políticos que el pueblo consideraba que no hacían ya ningún bien, sino todo lo contrario, por la comunidad. Lo llamaban ostracismo. Claro que si aquí se hiciese eso tal vez nos quedaríamos con más bien pocos.
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