domingo, 20 de enero de 2008

LA MALA EDUCACIÓN

Hoy, a mediodía, miraba e, increíblemente, escuchaba la televisión. Era el noticiario de las tres de la tarde en Telecinco. La noticia tenía como cabecera el encuentro de Rajoy, Esperanza Aguirre y Gallardón. Miradas frías pero corteses. Asientos separados y un pasillo frío a la izquierda de Ruiz Gallardón, apartado de la élite, cabizbajo pero todavía con el brillo en los ojos del recibimiento caluroso de las bases de su partido que asistieron al acto.

Pero esta reflexión no va de los asuntos internos del Partido Popular, ni mucho menos. ¡Allá ellos! Lo que me incitó a escribir fue el anuncio del líder actual de la oposición: “En la próxima legislatura –si gana, claro-,yo estableceré por Ley la garantía de la enseñanza del Castellano en toda España y en todas las Comunidades Autónomas”. Ya la forma de expresarse dice mucho al respecto de cómo se toman las cosas estos políticos, porque:

1º.- Èl no puede establecer por Ley nada. Nada de nada. Ni aunque ganase. Porque la Ley ha de ser aprobada por Las Cortes Generales, él sólo puede comprometerse con “sus” electores en PROPONER.
2º.- “... en toda España y en todas las Comunidades Autónomas”, dice. Es redundar exclusivamente por pura demagogia para despertar el aplauso fácil. Al decir España, y más él que se vanagloria de llevar como bandera la Unión Patriótica, ya está dicho todo lo demás.

De todas formas no voy a plantear siquiera si estoy o no de acuerdo con él. Eso tampoco me interesa, porque espero, por motivos personales, que no gane. Lo que sí me interesa y sobremanera es el hecho de que la enseñanza se haya convertido en los últimos años en ariete sobre el que todos los candidatos tienen algo que decir y cambiar. Eso me parece horroroso.

Yo estudié primaria. Luego, a los nueve años entré en el Instituto Colmuela, en Cádiz, donde hice mi bachillerato. Primero, segundo, tercero y cuarto. Luego, podíamos elegir entre Ciencias y Letras. Yo escogí Ciencias, aunque no descolgué jamás mi hábito de monje lector y curioso por las humanidades, tanto, que mucho más tarde, después de licenciarme en Empresariales lo hice en Historia General. Después se hacía quinto y sexto. Luego una reválida de sexto para ver si el alumno había llegado a enterarse de lo que se le había enseñado. Y después, aquellos que querían ir a la Universidad estudiaban COU (Curso de Orientación Universitaria), que aún teniendo poco de lo que su nombre indicaba, nos obligaba a tener un año más de crecimiento físico y mental para decidir cual debería ser nuestro futuro profesional. Con sexto terminado ya obtenías el título de Bachiller Superior.

Por entonces la disciplina en los Institutos era férrea. El profesor podía echarte del aula e ir a hablar con el Director por cualquier improperio o mala conducta. Temíamos que nuestros padres se enterasen de que faltábamos a clase o de que no éramos del todo, en comportamiento, buenos alumnos. Eran otros tiempos, a los que no hay que volver, por supuesto. Sin embargo, cierta disciplina es necesaria, y por lo que veo y escucho –tengo dos hermanos maestros- uno de los grandes problemas de la enseñanza actual es la falta de ella. Pero tampoco quiero ahondar en este tema, lo dejaré para otro día.

A lo que iba... Ese sistema educativo se mantuvo el suficiente tiempo como para que generaciones de alumnos no conociesen otro. Incluso cuando llegué a la Universidad me encontré con el mismo método de estudio de bastantes años. Yo, por tanto realicé el Bachillerato. Luego vino el BUP, que lo hizo mi hermana, sólo dos años menor que yo. Y ese sistema se mantuvo hasta mi hermano, once años menor que mi hermana.

No se exactamente en que lugar de los últimos años –diez o quince años atrás-, cuando comenzó esta vorágine de cambios en la enseñanza. Lo primero que se cambió fue la Universidad. Se hizo la Ley de Autonomía Universitaria. Todas las capitales de provincia querían tener su propia Universidad, y así, en Andalucía que es lo que más he conocido, nació la Universidad de Cádiz, la de Huelva, la de Jaen, la de Granada, la de Almeria, la de Málaga, la de Córdoba, como entes independientes unas de otras. Cada una con su Rector y sus Vicerrectores, con su Consejo Social y sus Juntas de Gobierno.

Las carreras que duraban cinco años, pasaron casi todas a durar cuatro, y quedaron algunas que ya antes duraban tres como algo extraño en medio de todos aquellos cambios. Ingienería Técnica, Arquitectura Técnica –aparejadores-, o la Diplomatura en Empresariales –que creo ha desaparecido como algo cotidiano-. Con el cambio comenzaron conceptos como asignaturas troncales, obligatorias.. Créditos.... Ahora los alumnos podían elegir entre un sinfín de materias optativas. Y lo peor, tenían que tener en cuenta los créditos de cada asignatura, porque para licenciarse no basta aprobar las materias sino que entre ellas sumen los suficientes créditos para alcanzar la finalización de los estudios. En fin, los legisladores se estrujaron la cabeza, y mucho. La cuestión es que la base de la educación universitaria cambió para siempre.

Yo no se si tengo razón o no. Lo que si creo que el universitario debe de ser alguien al que le guste estudiar por sí mismo, y analizar, y que ese gusto le dure toda la vida para, incluso una vez terminados los estudios, siga curtiéndose en los mismos por su propia cuenta. No creo que la Universidad esté para que el alumno lo sepa todo cuando salga de ella. Y ese ha de ser, bajo mi punto de visa, el concepto filosófico de la enseñanza superior. Ahora se pretende formar del todo. Y eso es imposible. Ahora terminan la licenciatura, y luego hacen cientos de Másters en España o en el Extranjero, y cursos de verano, y se convierten en alumnos perpetuos que sólo aprenden a escuchar a otros. No piensan por sí mismos. Y sólo les interesan tener más y más diplomas, porque con ellos pueden aspirar a puestos de trabajos mejores. ¿Y luego?

Lo importante de estudiar es aprender aquello que por uno mismo puede resultar engorroso y pérdida de tiempo, por cuanto antes otros ya han llegado a esas conclusiones, a esos descubrimientos o a esos razonamientos. La Universidad ha de ser el lugar donde el individuo aprende a analizar aquello que le interesa desde el punto de vista profesional o personal. Es, en definitiva, el lugar donde uno aprende a dudar de todo y la curiosidad gana terreno en nuestro espíritu para convertirnos en individuos independientes. Teniendo claro en cualquier momento que no es necesario ser universitario para triunfar profesionalmente o individualmente. El triunfo es algo subjetivo lejos de cualquier estereotipo que quieran imponernos desde fuera.

Luego, la enseñanza primaria y secundaria, que es la más importante de todas. Es donde el niño se forma. Y si la universitaria se ha convertido en un galimatías de alumnos y profesores, la primaria y secundaria se ha convertido en el juguete de los políticos para intentar crear individuos a su imagen y semejanza como si de dioses se tratase. Comencemos con el profesorado. Realizan la carrera más fácil de terminar en tiempo y en dificultad de todo el elenco de titulaciones universitarias. Tanto es así, que aquellos estudiantes con cierta dificultad de aprendizaje, bien genético o bien holgazán, terminan estudiando Magisterio. Algo increíble, porque serán los que formen a nuestro futuro. Pero eso también se merece otra reflexión aparte.

Porque de lo que se trata esta vez es de nuestros políticos. Una legislatura dura cuatro años, y cada vez que se celebran elecciones una de las bazas de los programas electorales es el cambio en la enseñanza. Así hemos visto como en los últimos años se han cargado del plan de estudio materias tan importantes para el pensamiento del individuo como la filosofía o el latín. Cómo el tema de la asignatura de religión ha ido y ha venido dependiendo del gobierno de turno. Ahora que si será voluntaria, ahora que depende del colegio, ahora que si creamos una asignatura de la Ciudadanía. Pero aún podemos ir más lejos, porque como las competencias de la enseñanza han ido a parar a las Comunidades Autónomas, y estás también han de legislar, sobre todo para justificar tantísimo gasto en cámaras legislativas, pues tendremos que la Historia es diferente la que se estudia en Andalucía a la que se estudia en Cataluña, que la literatura también, que también, por supuesto, la asignatura de Sociales. Y quien sabe si en algún colegio de este tremendo mapa llamado España, se salten la evolución porque el director piensa que él, precisamente él, no viene del mono sino de una iluminación divina que tuvo su madre al nacer.

¡Por Dios! Nunca peor dicho. Dejemos que un plan, sea el que sea, incluso el peor posible, de el resultado que tenga que dar. Dejemos correr el tiempo para que los alumnos empiecen y terminen ellos y sus hermanos un mismo plan. Sino, lo único que hacemos es crear padres desconcertados y alumnos torpes, como los que tenemos, e incultos. Y si a eso, además, le añadimos la falta de disciplina, el desconcierto de los propios profesores que no saben realmente qué tienen que enseñar, lo que estamos creando sin lugar a dudas es una malísima educación.

Claro, que tal vez es lo que quieran nuestros políticos. Universitarios siempre ocupados con cursos y más cursos prolongando la edad de comenzar a trabajar, ocupando la casa de sus padres hasta bien pasados los treinta, pero al menos sin ser contabilizados como parados, que ya es algo. O niños con poca escuela y mucho entretenimiento extraescolar para permitir que los padres descansen al máximo de ellos y así no se den cuenta de que cada vez realmente saben menos.

Deberíamos mirar en nosotros, los adultos de ahora, los que tenemos entre cuarenta y cincuenta años. Nos hemos educado en un ambiente terrible en lo social, sin libertad alguna; sin embargo, aún así, en la educación que nos daban, tal vez por una mala gestión y despista del régimen, lo cual nos vino bien, aprendimos lo necesario y suficiente para convertimos en lo que somos, que por lo visto, no ha estado nada mal.

Tenemos que enseñar a aprender, sólo eso, que no es poco. Todo lo demás son añadidos inútiles y demagogia política.
Por cierto, ahora me viene a la mente una reflexión que poco o mucho tiene que ver con lo anterior. A ver... Imaginemos un país democrático. Imaginemos que han pasado los suficientes años para que sus políticos hayan legislado todo lo posible por legislar. Imaginemos que el país funciona. Imaginemos que ya no hay para que la cámara de representantes tenga trabajo suficiente porque ya le queda poco o nada por hacer... Bueno, creo que es mucho imaginar. Tal vez, por eso, porque tienen demasiado tiempo libre, que piensan y piensan en como rehacer las cosas una y otra vez para justificar su puesto. En los países modernos debería existir algo que ya tenían los griegos y era el destierro forzoso de aquellos políticos que el pueblo consideraba que no hacían ya ningún bien, sino todo lo contrario, por la comunidad. Lo llamaban ostracismo. Claro que si aquí se hiciese eso tal vez nos quedaríamos con más bien pocos.

martes, 15 de enero de 2008

ESTA POESÍA MUESTRA MI ACTUAL ESTADO DE ÁNIMO

LO INCIERTO

Què difícil es tantear el futuro,
palpar lo inexistente. Tocarlo.
Los caminos inciertos que sólo existen detrás,
porque el delante es un "por si acaso".

¿Qué hacer con lo vivido??
Sólo recordarlo.
¿Qué hacer para vivir?
Sólo no pensarlo.

Pues lo inevitable
en camino opuesto camina,
acerándose a nosotros
en un instante, en un suspiro,
arrebatándonos los sueños
para convertir en certeza
aquello que jamás supimos.

No quiero mirar hacia delante,
no me mires a los ojos,
no me hables al oído,
no me toques
y cae lo más lejos que puedas
en mi olvido.

Conviértete en pasado.
No devores mi presente
y haz que tus frías manos
de calor alejadas
sólo, si acaso,
se acerquen
con una lejana caricia
a mi cara.

lunes, 14 de enero de 2008

¿QUÉ MÁS DÁ?

No me gusta el arroz, ni las acelgas, ni los puerros, ni las coles de Bruselas, ni las motos, ni el color marrón, ni la carne de caza, ni el conejo, ni el pescado con espinas, ni las drogas, ni el champán, ni el caviar, ni el marmol de color rosa, ni el dentista. No me interesa la medicina, ni la abogacía, ni la psiquiatría, ni la química, ni la pornografía, ni la banca, ni hacer deporte, ni trasnochar. Me encantan los huevos fritos con patatas, las grasas, la carne de cerdo, la de ternera y la de cordero. También me gusta mirar el campo, el mar, el cielo. Me entusiasman los olores a tierra mojada, a chimenea encendida. Me interesa sobremanera leer, escuchar música, sentarme en el sofá y ver la televisión. Me apasiona escribir, y hablar con los amigos tomando un café. Y me llena de plenitud el sexo, viajar, y compartir mis experiencias con los demás. Y todo esto sin saber porqué y sin importarme siquiera saberlo. Y nadie me ha cuestionado jamás cada uno de estos gustos y placeres. Nunca se me ha preguntado la causa de mi temor al dentista o de mi amor por viajar. Se da por hecho que cada una de estas apetencias o desapetencias pertenecen a mi ámbito personal y privado. No hay duda que todo ello es tan innato en mi persona como el color de mis ojos, o la distribución poco simétrica de mis orejas. Sin embargo, cuando algo afecta a otro. En ese preciso momento en que una de mis decisiones o mis gustos puede afectar a los demás interviene, si ha lugar, el conflicto. Si alguien me invita a comer a su casa sin preguntarme qué me gusta y qué no me gusta puede verse en el apuro de ponerme delante un plato de comida realizado con el mayor amor del mundo y ver como el comer se convierte en esfuerzo para no quedar mal. Todo en la vida se basa en estas pequeñas cosas sencillas que hacen que una persona se sienta satisfecha porque realiza aquello que quiere, aquello que le gusta. Y eso no precisa esfuerzo alguno sino exclusivamente satisfacción. De esta manera nos sentimos realizados y no se nos origina ningún tipo de represión por no poder alcanzar el deseo de satisfacer algo tan básico como nuestra necesidad. Y así de sencillo es también la manera en que queremos relacionarnos con los demás. Nos hacemos amigos de aquellas personas con las que nos encontramos a gusto, sin saber exactamente muy bien el porqué. No se plantea de manera previa el camino para entablar con alguien una amistad. Ni siquiera se plantea a priori los lazos que hacen que nos enamoremos de alguien. Ocurre sin más. Y también este deseo de relacionarnos es algo que pertenece a nuestra más básica e intocable libertad personal. No es un derecho humano relacionarse con los otros. Es una libertad individual que en cuanto es aceptada por el receptor se convierte en una libertad colectiva que afecta sólo a dos, o al colectivo del que se trate. A nadie más. Ellos ponen las pautas, los fines y los límites de su relación. Y sus libertades solo se han de ver afectadas por el derecho de los demás ciudadanos a sentirse también libres. Una persona junto a otra puede decidir si quieren ser amigos, o amantes, o enamorados, o pareja para el resto de sus vidas. Y convivirán, por la necesidad social que el humano necesita para sobrevivir, en una sociedad que les obligará a un determinado comportamiento pero que jamás debería interferir como ente extraño entre el vínculo que ambos hayan creado entre sí. Hay que acatar las reglas sociales de la masa a la que pertenecemos para mantener la convivencia pacífica entre sus miembros. Estas colectividades deberán legislar para forzar el comportamiento de sus individuos hacia el camino de la tranquilidad y paz entre ellos. Y será esa manera de estructurarse lo que dará fuerza a la masa como si de un individuo independiente se tratase para encaminar el futuro de la mejor manera entre todos. Serán inevitables los choques y las revueltas, e incluso las revoluciones que limarán a lo largo de la historia aquellas aristas de incomprensión e irracionalidad; y a veces, porque no, aquellos bordes cortantes de algunos individuos que por su poder tanto económico como religioso quieren imponer determinados comportamientos al resto de los ciudadanos.

En los últimos quince mil años el hombre se ha ido uniendo en formas políticas y territoriales para defender sus maneras particulares con respecto a otros grupos. Nació así la escritura como manera de dejar constancia para sucesivas generaciones de cómo debe regirse la colectividad a la que se quiere aplicar la norma. Y para un mejor bienestar de la mayoría se comienza también a remunerar mediante la aportación individual de cada uno de ellos a individuos cuya dedicación exclusiva es velar por el cumplimiento de las mismas y la defensa de posibles ataques de terceros sobre sus territorios. Y nace el sentido de Estado como corpúsculo y unidad independiente a lo que le rodea. Y con él nace el deseo de crecer para obtener bienestar. Lástima que también con este nuevo sentido de organización social irrumpe el deseo de intentar imponer sobre los demás los nuestro como los “verdaderos” y “únicos” valores. Y así comienza el pulso desesperado de intentar acabar con lo que es diferente.

Miles de años de luchas, ataques, defensas, en definitiva, guerras entre unos y otros han ido modelando lo que hoy somos e inevitablemente en lo que hoy creemos. Algo que no se pretendía en absoluto, como es la mezcla, ha sido inevitable y bienvenida. Y así, occidente, nosotros, el denominado mundo civilizado, hemos logrado un período como jamás en la historia ha existido, de paz, bienestar y abundancia. Mucho color rojo se ha derramado a lo largo de los años. Tal vez demasiado; pero estamos aquí, en el siglo veintiuno, con libertades y derechos impensables incluso en la mente de cualquier novelista de ciencia ficción.

Hemos comprendido por fin que por encima de cualquier creencia individual o colectiva; por encima de cualquier tipo de moralidad, existe la razón. Y ahora nos parece increíble pensar que en algún momento de la historia se creyese que la mujer no tenía alma. O que las personas nacían en una escala social y ahí debían de morir. O que el padre de familia tenía la potestad incluso de condenar a muerte a uno de sus hijos. O que existía un poder divino que no solo intentaba definir nuestra forma de vida sino nuestra forma de pensar.

Esto que ahora tenemos: democracia, libertad, y sobre todo comprensión con aquello que aún siendo diferente a nosotros no rechazamos, debemos de cuidarlo y mimarlo para no perderlo. Se lo debemos a ellos. A tantos que han muerto por nosotros para que lo hayamos podido conseguir. Nuestros antepasados. Nuestros abuelos, nuestros padres. A todos ellos se lo debemos y por todos ellos debemos luchar el mantenerlo. Intentar no volver atrás. No caer en la facilidad de atacar a los demás porque no son como nosotros. Y sobre todo ser razonables. Sólo eso.

Ahora tenemos un ejemplo de lo frágil que es todo. Se habla del valor de la familia. ¿Qué familia? Antes habría que definirla. Unos piensan que familia sólo puede ser la unión de un hombre con una mujer y sus hijos. ¿Y los cuñados? ¿Y los tíos? ¿Y los primos? ¿Y los abuelos? ¿Y los primos segundos? En fin, podríamos prologar la familia incluso hasta los tíos abuelos, los primos abuelos, los cuñados segundos, los compadres, etc... Si queremos hablar del núcleo familiar y sólo aceptamos el mismo como el padre, la madre y los hijos. ¿Son familia aquellos que no pueden tener hijos? Nunca podrán ser abuelos. ¿Y aquellas madres que tienen que sacar adelante a sus hijos porque su marido murió, o porque se fue de casa y nunca más volvió? ¿Es el núcleo familiar eso? ¿Y si se vuelve a casar la madre? ¿El padrastro es familia del hijo que ha de educar sin ser suyo? ¿Y si se descubre que una mujer convive con su marido, tiene un hijo de otro matrimonio anterior, y tiene un amante desde hace tiempo? ¿Eso es familia? ¿El amante es padrastro? ¿Y si se queda embarazada de él? ¿Quién sería el padre real? Supongo que dependería siempre de la sinceridad de ella. ¿Y si son cristianos todos? ¿O protestantes? ¿O el amante es evangelista, ella presbiteriana y el marido legal católico?.

El concepto de familia es algo cultural y social. Lo individual, lo importante no es la familia sino el amor por el otro. Tomar conciencia de que existe otra persona distinta al yo egocéntrico y que estamos dispuestos a compartirlo en lo más profundo de nuestro ser. Y ese amor no amenaza absolutamente a nadie ni a ninguna sociedad. El amor es cuando la libertad individual se convierte en colectiva de uno más. Cuando el deseo de ser feliz trasciende de uno mismo para reflejarse en el deseo de que el otro también lo sea contigo. Luchar juntos por el anhelo de la soledad acompañada.

Y volviendo al principio de esta reflexión. La manera de amar no puede elegirse. Al igual que tampoco puede elegirse el deseo sexual. Nos gusta lo que nos gusta. La carne de cerdo, el cordero, el pelo rubio, los ojos negros, el rostro frágil, el duro, la mirada profunda, las manos. No lo podemos evitar. No es una opción. No nos importa saber en que etapa de nuestra infancia se formaron los gustos individuales de cada uno de nosotros. Da igual. Lo que importa es llevar a buen fin nuestros deseos. Ser conscientes de lo que somos y no avergonzarnos de lo que sentimos, siempre y cuando no afecten negativamente a los demás. Excepto los psicópatas, todos tenemos empatía, y somos capaces de ponernos en lugar de los demás. Sólo tenemos que hacerlo. Olvidarnos de aquellos arquetipos que nos encierran en verjas invisibles de incomprensión y escucharnos desde fuera para saber qué decimos. Tal vez descubramos que no estábamos tan en lo cierto y que realmente lo que creíamos verdad no es sino una opinión, la nuestra. Sólo eso. Porque intentar que los demás acepten nuestros razonamientos como los únicos válidos es sencillamente imposible. Y se ha demostrado a lo largo de la historia. Lo que siempre ha existido siempre ha estado ahí y siempre estará porque seguimos siendo los mismos humanos desde hace más de quince mil años. Seamos comprensivos con los demás y dejémosles vivir en paz.

Qué mas da que una persona sea homosexual o no. Qué mas da como le llamemos a la unión del mismo sexo. Lo importante no es el significante sino el significado. Estense tranquilos porque la familia no peligra. Jamás a peligrado y jamás peligrará. Si fueseis capaces de oir lo que habláis os daría vergüenza escucharos. Estas últimas semanas he tenido que leer y ver en televisión determinados argumentos realmente ridículos sobre lo que debe ser una familia y lo que jamás lo será. Y todo eso me produce terror físico realmente, porque si algo caracteriza al humano medio es su poca capacidad de análisis y la facilidad de dejarse llevar por opiniones ajenas por comodidad de no tener que pensar por sí mismos. Y eso a pasado a lo largo de toda la historia y ha originado los peores y más feroces conflictos de la misma. Aquellos que son escuchados han de ser cautos con sus opiniones porque jamás suelen ser conscientes de lo que pueden originar. Seamos razonables.

Quiero que alguien me explique en qué afecta a la familia que una pareja de homosexuales se amen y quieran convivir juntos el resto de sus vidas. ¿Qué no les llamen matrimonio? ¡Qué barbaridad! ¡Qué más da! Pues le llamaremos de otra manera. Claro, que entonces un vegetariano no podría ser llamado hombre, porque el hombre como animal es omnívoro y ha de comer de todo. Y entonces como a mí no me gusta ni el arroz, ni las espinacas, ni la carne de caza... No soy hombre. Tal vez sea eso... Porque realmente hay veces que creo tengo poco que ver con muchos de ustedes.